¿Trampa del lenguaje?
La 2ª acepción -de "taxista"- que ofrece el diccionario de la Lengua
Española de la
R.A .E., dice:
· Taxista: “m.
vulg.: proxeneta mantenido por una
prostituta”
Esta
definición de taxista, que desaparecerá también en la próxima edición del
diccionario, encaja perfectamente con la que ofrece de la palabra “taxi”
(la acepción “vulgar”).
A
los que nos gusta la profesión, sabemos que el coche es una extensión de
nuestro cuerpo, es más: es un órgano vital. Esto se debe a las horas que
pasamos con él; incluso cuando nos apartamos físicamente no podemos dejar de
pensar en su bienestar porque ayuda a nuestra subsistencia.
Hay
casos que se podrían definir como un verdadero enamoramiento del taxista por su
vehículo. Conozco más de uno. Y lo respeto, faltaría más, pero partiré de la
idea que creo está más generalizada para considerar que nos hicieron trampa con
las definiciones del diccionario de la R.A.E.
La
“trampa”, desde mi punto de VisT@, radica en que la “prostituta” y el “proxeneta” son
cuerpos distintos y nosotros formamos sólo uno con nuestro coche; de esta forma
faltaría un personaje: o la “prostituta” o el “proxeneta”.
El
ciudadano quizás esté convencido de que el papel social de “prostituta” lo
protagoniza el usuario. Se equivoca, el usuario es el cliente, el que solicita el servicio.
El
taxi está regulado, intervenido –parcialmente- y controlado por la
administración, luego, la responsabilidad del funcionamiento del servicio es
del funcionario de turno, cargo al que se llega por el camino de la política.
Si recordamos los intereses económicos del sector, comprenderemos más
fácilmente que el taxi, que es una parte del taxista, genera el dinero, o sea: los taxistas somos las “prostitutas”.
La
trampa no es del lenguaje, la trampa es del “proxeneta” que da al cliente nuestro papel y nos endosa el suyo.